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Tarjetas, clonación y muerte antes y ahora

¿Recuerda usted a una mujer a la que apodaron en redes sociales Lady Porche porque con ese auto deportivo arrolló a otra mujer en la colonia Roma en medio de un escándalo? Pues bien: aquel automóvil estaba a nombre de Roberto Paniagua Paniagua, un personaje que fue aprehendido y estuvo preso en México, Canadá y Estados Unidos acusado de clonar tarjetas de crédito. Entraba y salía de la cárcel, pero nunca permaneció detenido por mucho tiempo.

Este hombre fue asesinado el fin de semana pasado a tiros enfrente de su hijo, mientras compraban unos rines y accesorios de lujo para un coche BMW, en la colonia Doctores.

En febrero del 2004, hace 12 años, hice un reportaje que se publicó en Milenio Semanal. La investigación era para conocer el negocio de la clonación de tarjetas en México. En ese entonces platiqué con el director de Interpol y con los jurídicos de Banamex, quienes tenían toda la información con nombres y fotos. Ahí estaban los Paniagua Paniagua.

¿Cómo clonaban las tarjetas? Me explicaron: Primero obtienen la información de los carnets; para eso están involucrados empleados de restaurantes, bares y distintos establecimientos. Tienen un aparato llamado “skimmer”, por el cual se desliza la banda electromagnética de la tarjeta de crédito y ahí se almacena toda la información.

El siguiente paso es conectar el “skimmer” a un software especializado que descifra la información y codifica una nueva banda magnética. Dependiendo de los primeros números del carnet los defraudadores saben qué institución bancaria expidió la tarjeta y proceden a fabricar los nuevos plásticos. Simultáneamente hacen plásticos con tarjetas tipo Sam’s Club o Costco con la identidad falsa para utilizar como identificación.

Una vez que se tienen las tarjetas de crédito, que son decenas diarias, se venden en Tepito. En 2004 me decían que las tarjetas, por ejemplo las American Express, las daban entre 8 y 10 mil pesos porque el límite de crédito es más amplio; las de otros bancos, como Visa y Master Card, las ofrecían hasta en dos mil pesos.

Pero más del 70 por ciento de las tarjetas era y es enviado al extranjero. Son redes de distintos países, como Argentina, Estados Unidos y algunos de Asia, cuyos socios son los mexicanos.

En ese 2004 el representante jurídico de una institución crediticia afectada me decía que estos casos casi siempre quedaban en la impunidad, porque por cada tarjeta clonada había que presentar una querella contra el estafador. Las tarjetas eran y son utilizadas casi siempre en el extranjero. Entonces para hacer una denuncia en los distintos países se debe viajar y los viáticos generalmente son más caros que el monto defraudado, así que la gran mayoría de los fraudes no es denunciada.

Por ese entonces las autoridades también me decían que la familia Paniagua Paniagua tenía su centro de operaciones en Tepito, y que se le había decomisado mercancía, al igual que armas y todos los instrumentos necesarios para clonar y fabricar las tarjetas de crédito en una bodega llamada Autotransportes Castores.

Los Paniagua Paniagua, señalaban las autoridades, tuvieron enfrentamientos violentos con la policía, pero siempre quedaban en libertad.

La clonación de tarjetas es una de las vertientes más productivas del crimen organizado. Los rostros y los nombres de quienes operan el negocio son conocidos para las autoridades tanto financieras como policiales. La gran mayoría de estos clonadores tiene antecedentes penales, entra y sale del reclusorio con gran facilidad.

Pero lo que más llama la atención es que a pesar de que las autoridades tienen toda la información de quiénes son y cómo trabajan, el negocio siga en pie y continúan operando los mismos y de la misma forma que en 2004.

bibibelsasso@hotmail.com
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@bibianabelsasso