Sexo y drogas sin rock and roll
El 35% de los niños mexicanos empieza su vida sexual entre los 10 y los 15 años. Más de la mitad no utiliza algún tipo de protección durante su primera experiencia sexual, y esto deriva en que 23 por ciento de las adolescentes entre 10 y 14 años se embaracen. Hoy en día la mortalidad materna se ha convertido en la cuarta causa de muerte de menores de 15 años. Por esta misma razón se da el 30 por ciento de las hospitalizaciones en jóvenes de entre 10 y 14 años de edad. Así lo demuestran datos del Centro Latinoamericano de Salud y Mujer (Celsam).
Los riesgos no sólo son los embarazos no deseados, sino la gran gama de enfermedades de transmisión sexual a las que están expuestos estos jóvenes, sobre todo niñas, entre ellas el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (Sida).
Entre los países de la OCDE, México ocupa el primer sitio con embarazos en adolescentes. La mayoría empieza una vida sexual activa sin información en métodos anticonceptivos.
Según estudios de la UNAM, la primera relación sexual se da generalmente de una manera casual, cuando los jóvenes no tienen información adecuada y no utilizaron protección, pero además se dieron en un momento donde quizá hubo un incentivo por parte de los compañeros o por uso de alguna sustancia que lleva a tener un grado de excitación, como podrían ser algunas drogas sintéticas.
Para el 2008, según la Encuesta Nacional de Adicciones de ese año, en tan sólo seis años aumentó 50 por ciento el uso de drogas ilegales. También hubo un aumento en quienes consumieron droga por primera vez. Los más vulnerables eran niños de entre 12 y 17 años. Hoy hay casos de menores que empiezan a consumir sustancias ilegales desde los 10 años.
En general son las niñas y los niños de secundaria los más expuestos a iniciar el consumo de drogas, pero también son los que mayor riesgo enfrentan para contraer enfermedades sexuales. Sobre todo los niños y niñas de extractos socioeconómicos más bajos, y que sufren de desintegración familiar, son los más vulnerables al consumo de drogas y a un inicio demasiado temprano de la actividad sexual. Pero no nos equivoquemos: tanto la situación socioeconómica como la desintegración familiar son condicionantes, pero no determinantes: estas situaciones se dan en jóvenes de todos los estratos sociales y en todo tipo de familias, hasta las más sólidas y estructuradas. Creer lo contrario es lo que lleva, en muchas ocasiones, a no tomar seriamente estas situaciones. Tampoco es una condición automática, pero si del consumo ocasional de drogas se pasa a la adicción, esos jóvenes, ricos o pobres, de familias desintegradas o muy sólidas, se vuelven presa fácil para el crimen organizado.
Hay entre 20 y 40 mil jóvenes organizados en pandillas que han sido contratados por un puñado de pesos por los distintos cárteles de la droga. Algunos sicarios tienen 13 años de edad.
El pandillerismo juvenil tiene orígenes sociales muy claros. Se alimenta de esa enorme franja de jóvenes de entre 16 y 25 años que no estudian ni trabajan.
Hoy nuestro principal objetivo a tratar como país sin duda son los niños y las niñas que están expuestos a grandes riesgos. Pero además, aunque se escuche cursi, son el futuro de nuestro país. Las autoridades deben trabajar a conciencia en estos temas, pero también la sociedad en particular, los padres de familia. Muchos de estos jóvenes vienen de familias desintegradas o sin oportunidades, pero, insistimos, no siempre es así. En todo caso se tiene que encontrar un mecanismo para que los niños y jóvenes dejen de correr tanto riesgo innecesario.
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