Se busca un caudillo
El historiador Carlos Tello Díaz acaba de publicar la primera parte de una magnífica biografía de Porfirio Díaz: para algunos el principal constructor de la modernidad en México, para la enorme mayoría el gran tirano, el dictador derrocado por la Revolución, el ogro de los libros de texto gratuitos. En realidad todos tienen razón y todos se equivocan: Díaz fue el más importante de los generales de Benito Juárez, al que terminó enfrentado porque éste había decidido quedarse indefinidamente en el poder (estuvo 14 años hasta que murió) y Díaz llegó por primera vez a la Presidencia exigiendo la no reelección. Eso no impidió que se quedara allí hasta 1910.
Díaz tuvo momentos heroicos y grandes percepciones políticas, incluso durante su largo periodo en el poder. Muchas de las instituciones modernas de México se construyeron durante su mandato. Pero, como era norma en esos años, fines del siglo XIX y principios del XX, la democracia no era muy respetada por los grandes líderes. Salvo Estados Unidos, que acababa de salir de su propia guerra civil, en la que el mantenimiento o no de la esclavitud fue un punto central, ninguna de las grandes naciones de la época podía presumir de una democracia muy funcional. Y sin ella, o simulándola, gobernó Porfirio Díaz.
Tampoco cayó Díaz por el levantamiento de Madero. Decidió renunciar y partir al exilio sin reprimir el levantamiento, sabiendo que posiblemente su época había acabado; pero hay que reconocer que, teniendo en sus manos un ejército poderoso, prefirió no lanzarse a una guerra civil. Cuando vemos la historia posterior descubrimos que sus sucesores y los líderes revolucionarios fueron mucho más violentos y crueles entre ellos mismos que el propio Porfirio. Y no hablemos de las brutalidades de todos los participantes en la Guerra Cristera.
Por supuesto que Porfirio Díaz gobernó autocráticamente, con represión, y se basó más en sus “científicos” y sus caciques que en la voluntad popular, escasa también en una sociedad en que más del 90 por ciento era analfabeta. La represión a sus opositores era tan dura como la forma en la que éstos eran comprados, cuando eso era posible, desde el poder.
Pero recordar a Porfirio Díaz no como el ogro o el malvado unidimensional, sino como el personaje que no puede definirse en blancos y negros sino como una suma de grises, es importante porque una y otra vez, desde nuestra independencia hasta el día hoy, hemos estado buscando como sociedad el caudillo, el líder, el jefe bueno (y al mismo tiempo malo) que nos lleve hacia el futuro. Lo hemos encontrado una y otra vez y siempre, al final, hemos terminado defraudados o construyendo imágenes falsas: y eso se aplica a todos, desde Santa Anna hasta Juárez (que murió antes de que los propios liberales se levantaran en su contra), desde Porfirio Díaz hasta Lázaro Cárdenas (que tuvo el enorme tino de abandonar, terminado su sexenio, el gobierno aunque conservó siempre importantes parcelas de poder).
Tendríamos que felicitarnos en México de que en las dos últimas décadas, con gobiernos de distintos partidos, con presidentes muy diferentes entre sí, se han mantenido, con aciertos y errores, una democracia estable y una economía en orden y que, si bien no han crecido lo suficiente, nos han mantenido ajenos a aquellas terribles crisis del pasado, gozando de unas libertades de las que disfrutan pocas naciones del mundo.
Pero muchos siguen buscando un caudillo, un líder que cambie todo sin esfuerzo, que mande aunque no respete las instituciones, que nos lleve de la mano al futuro. Esos líderes son autoritarios, populistas, demagógicos: se les ama y se les desecha, se les eleva y hunde con la misma facilidad. La sociedad mexicana ya no los necesita. Por eso hay que recordar la vida de Porfirio.
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