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El Palacio y el Zócalo

Adentro era la formalidad típica de un informe de gobierno, con las características que le han dado, con el paso de los años, la inconcebible negativa del Congreso de que ese acto republicano no se lleve a cabo en sus dominios. Afuera había una verbena, no para festejar al informe y al presidente: simplemente era un sábado como muchos en el Centro Histórico, con el Zócalo ocupado por una enorme feria con miles de personas deambulando por la zona, paseando, tomándose fotos, yendo a la catedral, al Templo Mayor, a comer.
Esa formalidad interior no debe sorprender a nadie. A los mexicanos, tan relajientos en un ámbito, nos gustan las formalidades, los actos protocolarios. Nos hemos educado con el grito, el himno, el informe. Todos esos eventos han cambiado con el paso del tiempo, pero a pesar de todo no han perdido su esencia.

 

El informe no es ya el día del presidente, pero se parece. Ya no existen los mensajes de cinco, seis horas, pletóricos de cifras y de triunfos, falsos o verdaderos, donde si una sola dependencia no era siquiera nombrada en el discurso presidencial, se sentía abandonada y en crisis. Ahora el formato ha evolucionado, sobre todo el del sábado, hacia un estilo mucho más directo, similar al mensaje a la nación que los 20 de enero (ellos sí en el Congreso, gobierne quien gobierne y con extremadas muestras de respeto) realizan los presidentes estadounidenses.

El del sábado del V informe de Peña Nieto fue un recorrido por los ejes de esta administración, destacando los que considera sus logros y admitiendo también carencias. El momento más alto: la ratificación de que México no aceptará nada que dañe su dignidad como nación, en obvia referencia a Trump y sus expresiones, además de resaltar que la relación con esa nación se debe basar en principios irrenunciables: soberanía, defensa y protección de connacionales

Respecto al proceso de renegociación del TLCAN, con Estados Unidos y Canadá, dejó en claro que el objetivo es consolidar el fortalecimiento de este instrumento que beneficia a los pueblos de los tres países.

Pero terminado el informe en sí, siempre, y eso no ha cambiado, viene lo que se llama el mensaje político. El del sábado fue netamente electoral, en el que el presidente envió mensajes a todos: a los suyos, confiado en que en el futuro se ampliarán las vías reformistas iniciadas este sexenio (y que conservarán el poder).

A la población, a los electores, recordándoles que deberán elegir entre ese futuro de cambio o un retroceso al pasado (López Obrador). A quienes boicotearon la instalación de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados (los anayistas, sin nombrarlos) les dijo que no debían confundir a los adversarios con enemigos.

Y después ya no hay esa larga fila que en el pasado se formaba para que, durante horas, uno por uno, el Presidente diera la mano (y a los elegidos un abrazo) a todos sus invitados. Ahora lo que hubo fue media hora de selfies y saludos, de un presidente que se veía satisfecho y que de Palacio voló a Los Cabos, para atender a los damnificados del huracán Lidia, y de ahí a China.

Afuera, en el Zócalo, era un sábado más, incluyendo alguno que otro personaje gritando algún insulto a un político, acallado por la gente que lo que quería era pasear, sacar fotos, disfrutar un espacio que es suyo y que durante mucho tiempo estuvo confiscado.