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El otro rostro de Mireya

La batalla entre Mireya Agraz y el padre de sus hijos, Leopoldo, con un activo involucramiento de ambas familias ampliadas, alcanzó niveles terribles y concluyó con el desenlace de la muerte de los niños, de Mireya y de uno de sus abuelos maternos.

 

Como hemos contado aquí, Mireya nos buscó hace un año para explicarnos su caso y hace apenas un mes volvimos a hablar y me dijo que ya había perdido la custodia de sus hijos. Quedamos en vernos para ver qué podíamos hacer y nunca más volvió a comunicarse.

Supe de ella cuando leí la noticia de su muerte y del infanticidio. La palabra es muy dura: infanticidio. Pero es una realidad, Mireya y su padre mataron deliberadamente a los tres niños. La justicia familiar, lo escribíamos ayer, puede ser una tragedia en nuestro país; los organismos encargados de vigilar que no haya abuso contra infantes y menores están claramente rebasados por la realidad; existen miles y miles de madres desesperadas porque de una u otra forma sus exparejas les han arrebatado, por unos años o para siempre, a sus hijos simplemente como una forma de venganza por haberse separado de ellos. Pero la muerte de los niños es injustificable.

En el caso de Mireya existen muchas dudas que deben ser solventadas más allá de la natural empatía que nos genera una madre que dice que sus hijos son abusados por su expareja y a los cuales la justicia entrega precisamente en custodia a ese hombre.

Como ya dijimos aquí, más allá de la desesperación de cualquier madre a la que están a punto de quitarle a sus hijos, una angustia que toda mujer comparte, el punto es que Mireya nunca pudo comprobar las acusaciones de abusos contra sus hijos. Muchos intentamos en su momento apoyarla, desde comunicadores hasta ONG, pero lo cierto es que cuando se trataba de ir de las denuncias a los hechos había pocos datos en los cuales respaldarse.

Con los niños platiqué unos minutos y sí me dijeron que querían mucho a su mamá y que siempre se querían quedar con ella.

Una lectora, de nombre Nora, me envió ayer un correo que refleja bien esa situación. Dice que ella le vendió una casa a Mireya en agosto del 2013, cuando ya estaba separada de su esposo, Leopoldo. “Mireya fue con su exesposo a verla y de hecho fue con él con quien hice la negociación, lo vi con ella en tres ocasiones, cuando fueron a ver por primera vez la casa, cuando a nombre de ella hizo la negociación y cuando la acompañó a recibir la propiedad”. En ese inter, añade Nora, “ella me pidió que no le comentara a su papá, a quien conocería en la firma de la escritura, que había ido con Polo (así le llamaba) pues su papá no lo quería…”

A la firma de la escritura, escribe Nora, “tuve una desavenencia con su padre quien quería que la casa se escriturara a un valor mucho menor, situación a la que me rehusé pues en ese inter yo trabajaba en el Gobierno federal y esa casa estaba en su valor real en mi declaración patrimonial; discutimos y la operación se canceló, ella le suplicaba a su padre que se calmara y que por favor accediera, ya que la casa le gustaba mucho. El señor muy molesto le dijo que no y que se hacía lo que él decía pues el dinero era suyo, que le compraba la casa que quisiera pero que ésa no. Mis abogados y yo nos retiramos”.

“Una semana después Mireya me buscó y me dijo que ya había hablado con su papá y que siempre sí se haría la operación; yo le puse como condición que no quería tratar con él pues se había portado muy grosero, ella accedió. Finalmente llegó el día de cerrar la operación y el señor Agraz se presentó en la notaría pero ya con otra actitud, se disculpó y cerramos el trato.

El día que entregué la casa, apunta Nora, llegó también Leopoldo a ayudarle a Mireya y en todas esas ocasiones “te puedo asegurar que no vi el más mínimo detalle que denotara una mala relación entre ellos o conflictos, eran simplemente una pareja de divorciados que llevaba una relación cordial y amistosa. Estamos hablando de 2013 cuando se supone ya había habido abusos hacia los menores… yo te puedo decir que no percibí una Mireya temerosa de su exmarido, sino más bien temerosa de su padre y sujeta al yugo del mismo, era más que evidente el poder que el señor Agraz ejercía sobre su hija”.

Eso dice Nora, no sé si es verdad. Es un testimonio más de los muchos que he recibido en estos días. Como también me han llegado testimonios hablándome de la prepotencia de Leopoldo y de su padre, el exsuegro de Mireya, y el maltrato psicológico que ejercía hacia su expareja. No creo que ninguna de las partes tenga la verdad absoluta, lo que sí sé es que hubo un sentimiento de venganza que fue mucho más fuerte que el de protección básico hacia unos niños que terminaron siendo víctimas de un rencor incontrolable.

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