De Ingrid y Manuel a Patricia
Dicen los especialistas de la NASA que están sorprendidos: nunca antes habían visto cómo una tormenta tropical en poco más de 24 horas se convertía repentinamente en un huracán categoría cinco con rachas de viento de 350 kilómetros por hora, uno de los más poderosos de la historia, ni tampoco nunca antes habían observado cómo ese huracán al tocar tierra se degradaba tan rápidamente hasta terminar por volverse un huracán categoría uno y disgregarse.
Más allá del asombro de los especialistas de la NASA lo importante de lo ocurrido con Patricia es la labor de prevención que el Estado y la gente implementaron en unas horas. Es verdad que Patricia no tuvo, afortunadamente, la intensidad que se esperaba, pero también lo es que no hubo una sola víctima que lamentar porque en 24 horas se implementó un notable mecanismo de prevención, que incluyó desde el traslado de miles de turistas hasta el refugio de otras miles de personas, pasando por la vigilancia de soldados, marinos y policías para evitar cualquier posibilidad de saqueos, que disminuyó radicalmente los daños potenciales.
La diferencia es notable respecto, por ejemplo, a lo sucedido con Ingrid y Manuel. En aquella ocasión, en septiembre de hace ya dos años, la conjunción de dos tormentas tropicales, una proveniente del Golfo y la otra del Pacífico, terminó por causar enormes daños, sobre todo en Guerrero. Pero entonces, pese a que se dio aviso sobre lo que podría ocurrir desde el ámbito federal, en Acapulco y otros lugares no se tomaron precauciones de ningún tipo y el desastre fue total, con miles de turistas varados, cientos de mi- les de personas atrapadas en lo que quedaba de sus casas, sin comida ni bebida, desgajamientos que acabaron con comunidades enteras.
¿Qué sucedía mientras el fenómeno se abatía sobre Acapulco y la Montaña? Pues el gobernador Ángel Aguirre celebraba una gran fiesta en Chilpancingo que duró hasta la madrugada, muy bien sazonada con alcohol, y nadie pareció darse por enterado de la tragedia. Cuando incluso al día siguiente pese a que el aeropuerto estaba inundado, el Presidente Peña decidió visitar la zona y cuando ya se habían implementado el Plan DN3 y otras medidas de apoyo a la población civil y a los turistas atrapados por miles, el gobernador no aparecía públicamente. Se limitó a enviar un comunicado en el cual señalaba que no podía viajar de Chilpancingo a Acapulco porque las condiciones no lo permitían. Claro: no dijo que esas condiciones quizás eran las de su salud, golpeada por la fiesta. Bueno, lo importante es que alguien le dejó en claro que no podía estar el Presidente en Acapulco y él seguir en Chilpancingo. Y allí terminó, sin participar en las tareas de reconstrucción que le dieron, entonces, un papel prominente a Rosario Robles. Luego se tomó una foto en una alberca con el agua hasta las rodillas que publicó como inserción pagada en un periódico mostrando que estaba ayudando a los damnificados.
La carrera política de Aguirre tendría que haber acabado entonces. O poco después, cuando pasaron los meses y pese a haber recibido los recursos no ejecutó las obras, sobre todo la construcción de viviendas para damnificados, que todavía ahora no se han erigido, ni con Aguirre ni con Rogelio Ortega.
Ingrid y Manuel fueron una tragedia por la conjunción de las tormentas, pero principalmente por la negligencia de las autoridades estatales. Patricia no provocó daños mayores porque esta vez la suerte estuvo de nuestro lado, pero sobre todo porque el Estado, como tal, ahora sí tomó todas las previsiones.
Con las diversas tragedias se va aprendiendo cómo actuar. Lo que sí nos debería quedar como aprendizaje de esta experiencia es que las áreas de protección civil no deberían ser políticas, ni deberían cambiar con las distintas administraciones. Son puestos estratégicos que deberían trascender, porque en cada tragedia de la naturaleza se va aprendiendo cómo actuar y eso sin duda salva vidas.
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