Al diablo con las instituciones
La semana que acaba de terminar ha sido quizá la más complicada para el presidente Donald Trump, desde que tomó el poder. El escándalo del llamado Rusiagate lo llevó a tomar severas medidas, al pedir la renuncia del ahora exdirector del FBI, James Comey. Lo hace justo en medio de una investigación que se lleva a cabo para determinar la influencia del gobierno ruso con Trump.
Pero además de despojar a Comey de su cargo, cuando se supone que ese puesto es autónomo y que aún le quedaban 6 años, el presidente de Estados Unidos amedrenta a Comey, vía Twitter, para que no dé a conocer las conversaciones que sostuvieron entre ellos y que no tuviera comunicación con la prensa. ¿Imagínese usted qué habrá platicado?
Al mismo tiempo que el presidente de Estados Unidos anuncia que podría cancelar los encuentros periódicos en la Casa Blanca, donde los periodistas hacen preguntas a sus voceros.
“Como un presidente muy activo con un montón de cosas sucediendo, ¡no es posible para mis sustitutos pararse en el podio con perfecta precisión!”, escribió el presidente en Twitter. “¿Tal vez lo mejor sería cancelar todos los futuros informes de prensa y entregar respuestas escritas, por el bien de la precisión?”, preguntó.
Hace unos meses, el cuestionamiento que se hacían era, que en caso de que Hillary Clinton llegara a la presidencia de su país, qué haría con el cargo de Comey, porque ya se había confirmado que quien había filtrado información en su contra, pocos días antes de la elección, había sido el propio Comey.
El 20 de marzo de 2017, James Comey, entonces director del FBI, dio a conocer: “estamos investigando cualquier lazo o vinculación entre la campaña de Trump y el gobierno ruso”.
Comey también dijo, que desde junio de 2016, se había iniciado la investigación a la campaña de Trump.
El 29 de diciembre de 2016 se da un punto climático de la crisis, cuando Obama expulsa a 35 agentes rusos, presuntos integrantes de inteligencia en EU e impone sanciones a Moscú por la interferencia en la campaña.
Y el 6 de enero de 2017 se publica la conclusión de la CIA, el FBI y la NSA sobre la interferencia rusa: “Evaluamos que Putin ordenó una campaña de influencia dirigida a las elecciones presidenciales. Los objetivos de Rusia eran socavar la fe pública en el proceso electoral, denigrar a Hillary Clinton y perjudicar su imagen en la campaña. Rusia desarrolló una clara preferencia por el presidente electo”.
Por primera vez en muchísimos años, se ponen de acuerdo y emiten el mismo dictamen las 17 agencias de investigación de Estados Unidos, afirmando que sí hubo intervención rusa, para apoyar a Trump en la campaña presidencial.
Está confirmado que la Dirección General de Inteligencia Rusa (GRU), inicia operaciones cibernéticas dirigidas a las elecciones en EU. El informe de la inteligencia estadounidense (revelado luego de las elecciones) asegura que la GRU intervino cuentas de correo de funcionarios del Partido Demócrata, como la del exdirigente de la campaña de Hillary Clinton, John Podesta.
Se sabe que el fiscal general del presidente Trump, Jeff Sessions, declaró bajo juramento en el Senado y mintió diciendo que “no mantuvo comunicación con los rusos”. Fue desmentido porque se confirmó, que efectivamente hubo interferencia rusa en la elección. Cuando los medios de comunicación como CBS y The New York Timeslo dan a conocer, con un descaro absoluto el Presidente Trump dice “noticias falsas, fake news. Una cacería de brujas”.
El 9 de mayo Trump despidió a Comey como director del FBI, alegando pérdida de confianza por la manera en que manejó el caso de los mails de Clinton, saltándose los procedimientos del Departamento de Justicia. Paradójicamente, es la misma crítica que hicieron los demócratas en la campaña, pero en ese momento la situación le favorecía a Trump y por supuesto que hizo caso omiso.
La situación en Estados Unidos es muy seria. Se supone que las agencias de investigación y seguridad en aquel país, son autónomas. El presidente Trump está mandando al diablo a las instituciones y a los medios de comunicación, que no trabajen para él. La situación a mediano y largo plazos para los estadounidenses y para el resto del mundo, no será nada favorable.
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