Mi encuentro con Mireya, la madre que mató a sus hijos
Hace un año me buscó Mireya Agraz Cortés, la mujer que se quitó la vida junto con sus tres pequeños y su padre. Estaba desesperada. Por teléfono me comentó que su exmarido le quería quitar a sus tres hijos menores de edad.
Quedamos de vernos en el Starbucks de Altavista. Esperé a Mireya casi una hora porque había tenido un problema con su automóvil. Llegó en taxi con sus tres chiquitos.
Los tres niños, un hombrecito de 9 años y las gemelitas de 5, saludaron muy amablemente. Se sentaron en la mesa de junto mientras platicaba con su mamá. Me acerqué con los niños, para platicar de cosas triviales y ellos se sentían tranquilos, jugaban entre ellos y el grande procuraba y estaba al pendiente de las gemelitas.
Percibí a una Mireya muy amorosa con sus tres niños y a los pequeños muy educados.
Llevaba años en una batalla legal con su exmarido, Leopoldo Olvera, por la custodia de los niños. Ella aseguraba que su expareja ejercía violencia física y psicológica contra ella y los menores, y que abusaba sexualmente del niño y de una de las gemelitas. Él la acusaba de alienación parental. Mireya aseguraba que los menores no querían irse con el papá porque le tenían miedo.
En 2011 iniciaron dos juicios en los Juzgados 10 y 11 de lo Familiar del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, también hubo averiguaciones en la Procuraduría capitalina donde, basados en dictámenes periciales, se determinó que no había responsabilidad del padre de familia.
Cuando fue nuestro encuentro Mireya ya había perdido varias instancias judiciales y su exmarido cada día la presionaba más. Ella argumentaba que el papá de sus hijos era abogado, al igual que varios miembros de su familia política y que tenían recursos económicos para comprar a los defensores que llevaban su caso, y para meter pruebas falsas que la inculparan como mala madre.
En ese pleito, Olvera también había solicitado que se restringiera la convivencia de los abuelos maternos con los menores.
Mireya me dijo que sus papás, los abuelos maternos, eran un incondicional apoyo para ella y sus hijos, y que la razón por la cual su exmarido no quería que los niños convivieran con sus abuelos maternos era una venganza porque ella había denunciado el abuso sexual de su marido a los hijos, y que el abuelo paterno había participado en esos abusos.
En ese entonces, Olvera tenía convivencia con sus hijos. Mireya decía que los menores eran abusados y me platicó que le pidió a una de las gemelitas llevar una grabadora escondida en su sudadera, para que grabara los tocamientos del papá. Por medio de esa grabación ella dice que descubrió que el abuelo paterno también estaba involucrado en el abuso.
Me puso los audios, y se escuchaba decir a la pequeña que no la tocaran, que le dolía y ahí se escuchan otras voces que Mireya aseguró que eran los papás de Olvera.
No tengo certeza de la veracidad de esos audios y esa prueba no se la admitieron en el juzgado.
Me platicó llorando que cada vez que tenía que entregar a sus hijos para que convivieran con su papá, sabía que los estaba entregando a manos de un abusador y que los menores regresaban muy mal y se la pasaban alterados los días subsecuentes a las visitas con Olvera.
Por esos días, esta mujer estaba escondida en un albergue para resguardar a sus hijos. Un sitio que, ella decía, era un remanso de paz, donde sus hijos podían ir a la escuela sin temor a que el papá se los llevara. Pero que estar ahí sólo era temporal y que regresaría a vivir a casa de sus padres. Era profundamente cristiana, decía Mireya, y la fe era la que la mantenía en pie.
Después de la tragedia, el hermano de Mireya declaró que ella se la pasaba rezando con sus sobrinos y cuando los encontraron en la cama, ya muertos, tenían junto a ellos una Biblia y un crucifijo. Mireya escribió en su carta póstuma: “prefiero entregárselos a Dios que a su padre que abusa de ellos”.
A Mireya la percibí alterada cuando platicamos, como lo estaría cualquier madre que en una batalla legal está por perder a sus hijos.
Mireya quería que publicara que su marido tenía relaciones con el narcotráfico.
Incluso me dijo que tenía relación con el crimen organizado porque tenía fotos de él con un narcotraficante importante, nunca me mostró esas fotos. Insistió en que seguramente era así porque manejaba cantidades importantes de efectivo cuando estaban casados. Me dijo que en la caja fuerte tenía hasta 30 mil pesos, lo cual le expliqué que no alcanzaba de ninguna forma para acusar a alguien de narcotraficante.
Hace unas semanas, el juez 11 de lo Familiar consideró que había “alienación parental”, es decir, influencia de la madre hacia los hijos contra el padre, por eso, Mireya debía entregar la custodia de los niños a su padre.
Nuevamente me volvió a llamar hecha un mar de lágrimas, y quedamos en vernos pronto.
Nunca nos volvimos a ver. Mireya en la desesperación de ver perdidos a sus hijos ejecutó el plan fatal, después de un pleito legal que duró más de cinco años y que la justicia nunca pudo solucionar en tiempo y forma, para beneficio de los únicos que no tenían opción de reclamarla: sus tres pequeños niños.
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