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La tragedia y la comedia

Hace exactamente un año estuve en la maravillosa, por contradictoria y bella, ciudad de Estambul. El aeropuerto de Atatürk me impresionó. Es uno de los más modernos, amplios y concurridos que he visto. Tan atractivo como ello es comprobar, en Estambul y en ese aeropuerto, cómo se entrecruzan y conviven Oriente y Occidente, el mundo árabe, el persa, el cristiano con esa tremenda civilización turca, en ningún lugar tan bien representada como en Santa Sofía o en la mezquita azul, una mezcla cotidianamente común en todas las calles de la ciudad.

El atentado en el aeropuerto de Estambul intenta castigar y dinamitar ese mundo. Para grupos como el Estado Islámico cualquier convivencia entre mundos diferentes es peligrosa y por tanto debe ser dinamitada, destruida.

Ésa es la verdadera batalla que Occidente no termina de comprender, más allá de un régimen tan difícil de digerir como el de Erdogan, que un día parece cercano al Isis y al siguiente, como sucedió esta semana, el día anterior a los atentados, decide reiniciar relaciones diplomáticas con Israel y con Rusia. La contradicción es el símbolo de Turquía y por eso los grupos integristas están tan decididos a castigarla. Pero que nadie se equivoque, en ese marco de presunta debilidad, Turquía es una nación terriblemente fuerte, dura y, por eso, quizá también débil en este momento de tanto conflicto global y de pérdida de identidades.

Qué mejor ejemplo de ello es lo que sucede con Reino Unido, que cada día está más desunido. Ayer el verdadero responsable de que el Brexit haya triunfado, el exalcalde de Londres, Boris Johnson, que volcó buena parte del voto del Partido Conservador en favor de la separación de la Unión Europea y que se vislumbraba como el reemplazo de David Cameron, su enemigo de toda la vida, decidió que lo suyo no es gobernar y que no buscará ser primer ministro de Gran Bretaña. Lo que sucede con Johnson, como con muchos otros que apoyaron el Brexit, es que una vez que ganaron no tienen idea de qué hacer. Un país sin integración con Europa no tiene sentido y ahora no quieren ni siquiera asumir su propia victoria pírrica.

La de Turquía es una contradicción histórica, natural, que deviene de siglos de confrontaciones; la británica es la que surge de la simple estupidez de ciertos políticos.

Por eso se debe evitar que la estupidez contagie a esta parte del mundo. México, Estados Unidos y Canadá son naciones contradictorias, complejas, con diversidad étnica, social y económica, pero es también ésta, la del norte de América, la zona comercial, hoy, con mayores posibilidades de crecimiento y expansión si se aleja de demagogos y falsos nacionalistas.

Ése debería ser el verdadero sentido de la cumbre que acaban de tener los presidentes Peña y Obama y el premier Trudeau. Ante los desafíos, como deben hacer las naciones europeas y Turquía, no se puede ni debe retroceder. Lo de Turquía es una tragedia, lo de los Johnson y otros responsables del Brexit se está convirtiendo en una comedia. No los imitemos.

Queridos lectores, tomaremos un descanso de dos semanas, tras ese tiempo nos encontramos aquí de nuevo.

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