Derechos humanos: el Estado y el monstruo
¿Recuerda usted aquella campaña electoral de Arturo Montiel que tuvo tanto éxito al decir que los derechos humanos eran para los humanos pero no para las ratas? Sin duda tuvo mucha repercusión y lo ayudó a llegar a la gubernatura del Estado de México. Pero desde entonces el lema, el objetivo y la percepción de la gente y del gobierno han cambiado.
Hoy miles de muertos después, con miles de personas desaparecidas, la enorme mayoría de ellas por el accionar de las bandas criminales, los derechos humanos, como dijo ayer el Presidente Peña Nieto, durante la entrega del premio nacional a los derechos humanos, son un objetivo de Estado, un fin al que hay que llegar en forma conjunta entre la sociedad, sus organizaciones y el gobierno, alimentando una confianza mutua que, si se pierde, no se puede recuperar.
Me dio mucho gusto que la distinción anual recayera en la hermana Consuelo Morales Elizondo, directora de la organización Ciudadanos en Apoyo a los Derechos Humanos, de Nuevo León. Es el reconocimiento de 22 años de trabajo, buscando acabar con inequidades y apoyando a familias que buscan a sus seres queridos, desaparecidos, secuestrados, algunos de ellos muertos por acciones extrajudiciales. Me dio gusto que, más allá de naturales diferencias en la forma de ver las cosas, la propia hermana Consuelo reconociera que es en la colaboración y la confianza como se puede avanzar en estos temas. Y más gusto me dio comprobar que las dos iniciativas anunciadas y firmadas ayer por el Presidente Peña, una sobre desapariciones forzadas y la otra sobre la tortura, van al fondo de ese desafío.
Son dos iniciativas que tienen todos los componentes para combatir dos de los grandes flagelos de la seguridad y la justicia en nuestro país; las dos cuentan con respaldos muy importantes para tener certidumbre jurídica en esas luchas. Me pareció particularmente importante que la ley contra la tortura establezca que ése es un delito que no prescribirá, o sea que podrá ser castigado aunque pasen muchos años entre cuando se cometió y el momento en que pueda ser realmente castigado. No hay ninguna razón que pueda justificar la tortura o la desaparición de personas. Son dos de los crímenes más crueles que se pueden cometer, desde los grupos criminales o desde instituciones o personas del Estado, y como tal deben ser castigados.
Es verdad que hay mucha gente que cree que en los temas de derechos humanos hay, en ocasiones, manipulación o un manejo que ayuda más a los delincuentes que a las verdaderas víctimas. Así es, pero en esa lógica no se puede perder de vista lo principal: el Estado no se puede convertir en el mismo monstruo que necesita combatir; aunque en el fondo se quiera ejercer una forma de justicia, ella nunca será realmente justicia si no se atiene a las leyes.
Eso es lo más importante de lo que sucedió ayer, lo más trascendente de las iniciativas enviadas por el Presidente Peña y de los reconocimientos entregados por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. No nos podemos convertir en el monstruo que queremos combatir.
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