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Iñárritu y la bandera

A veces se confunde la bandera con los logros personales. Cuando Rafa Márquez ganaba con el Barcelona o Hugo Sánchez con el Madrid no ganaba México, ganaban esos grandes futbolistas y sus equipos.

Lo mismo sucede con el cine. Este fin de semana, en la gran noche de la entrega de los premios Oscar, Alejandro González Iñárritu se llevó la noche al ganar cuatro premios, incluidos el de mejor director, mejor guión y mejor película.

En sólo unos años las cintas de directores mexicanos han conquistado nueve estatuillas del Oscar. El laberinto del fauno ganó dos: a mejor fotografía, de Guillermo Navarro, y a mejor dirección de arte, de Eugenio Caballero. Con Gravity, Alfonso Cuarón también fue galardonado el año pasado.

Guillermo del Toro ha recibido también varios premios y Emmanuel Lubezki un Oscar por la fotografía de Gravity y ahora otro por la de Birdman.

Hay quien dice que esos premios son para México, pero no es verdad. Estos mexicanos que han triunfado en el cine internacional se han forjado una carrera por sí mismos. Son muy pocos los apoyos que han recibido aquí, en México.

Las historias de Alfonso Cuarón y de Emmanuel Lubezki son simbólicas. Ambos estudiaban en el Centro de Estudios Cinematográficos (CUEC) de la UNAM. Y a ambos los corrieron a la mitad de la carrera por un conflicto de interés. Por grillas, pues.

Si bien es cierto que la industria del cine ha mejorado un poco en los últimos años en México gracias a la ley 226, que es una motivación fiscal para los productores, la mejora ha sido limitada.

El negocio en el cine no está equilibrado a la hora de repartir ganancias y esto hace que los productores difícilmente recuperen su inversión. Por ello muchos deciden ir a Estados Unidos o a España para continuar sus carreras.

Por ejemplo, el 60 por ciento de la ganancia se queda a los exhibidores. De ese monto, 70 por ciento va para Cinépolis y el 30 por ciento restante para Cinemex. El otro 40 por ciento de la ganancia total se le queda a la distribuidora y de ese porcentaje el 10 por ciento es del productor.

Sin embargo, para que la película llegue a cartelera, este último ya invirtió mucho (un filme medianamente bueno en México cuesta aproximadamente 30 millones de pesos) y varios meses o incluso años de trabajo.

Platicando con el productor Gustavo Loza, quien hizo la película Al otro lado, ganadora de 25 premios y seleccionada para representar a México en el Oscar en 2007, me dice: “hacer cine en México no es negocio para los productores, ni para los creativos”. El negocio está, como dice el título de su obra, en otro lado.

Hoy Loza trabaja poco en cine y es muy exitoso como productor de televisión, donde sí obtiene ganancias. Me explica que en otros países, como Estados Unidos, India y China, la repartición de las ganancias es mucho más equilibrada y eso permite hacer tantas películas.

Por ejemplo, en Estados Unidos primero se pagan los costos de la película y luego a los distribuidores y exhibidores. Y en Argentina existe una ley que le da las ganancias de la primera semana de taquilla a los que hicieron la película.

Hoy muchos mexicanos buscan exhibir sus cintas en EU para un mercado de casi 54 millones de latinos. En los últimos años producciones mexicanas como Nosotros los Nobles o No se aceptan devoluciones han cambiado la mentalidad de que en la Unión Americana no funcionan las películas mexicanas.

Gustavo Loza me dice: “El negocio está en Estados Unidos, allá hay 50 mil salas donde se pueden exhibir películas en comparación con las poco más de cuatro mil que tenemos en México.”

Sin duda el logro y el mérito de los cineastas mexicanos en EU son sólo de ellos. Han podido mostrar su trabajo, ser respetados y hacer grandes películas con tono y acento personal, pero no son, como no lo es Birdman, mexicanas.

Nos debemos sentir orgullosos por sus logros, pero ha sido muy poco el apoyo que el medio cinematográfico y estos hoy célebres personajes han recibido.

 

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