Los vuelos de la muerte
En junio de 1977, una joven de 17 años, Ana María Careaga, fue secuestrada por los militares durante la dictadura militar en Argentina. Estaba embarazada y pasó los últimos meses de gestación en un campo de concentración siendo torturada. Su madre, Esther Ballestrino de Careaga, junto con otras víctimas de desaparecidos, inició lo que hoy se conoce como las Madres de la Plaza de Mayo.
Ella realizó gestiones con personajes como el entonces presidente de Estados Unidos, James Carter, y con el entonces responsable de los Jesuitas en Argentina, Jorge Bergoglio, hoy conocido como el Papa Francisco.
Liberaron a Ana María. Milagrosamente la bebé que llevaba en el vientre estaba viva y se fueron a Suecia como exiliados políticos para que naciera Anita. A los tres días de ese parto llamaron a Argentina para decir que la bebé estaba bien y se enteraron que los militares habían secuestrado a Esther con otras madres y dos monjas francesas en la Iglesia de la Santa Cruz en Buenos Aires.
Esther fue una entre los miles de desaparecidos que fue torturada y arrojada al mar en los llamados “vuelos de la muerte”. Ésta fue una práctica de exterminio que las dictaduras militares de Argentina y Uruguay emplearon entre los años 1976 y 1983 para hacer desaparecer a los opositores políticos, tras haberlos detenido y torturado. Los subían a un avión y, una vez a bordo, los anestesiaban. Mientras la aeronave proseguía el vuelo sobre el océano, los militares aprovechaban para expoliar a los prisioneros, los desnudaban, los metían en un saco con piedras y los lanzaban al mar.
Los cuerpos recuperados en las costas eran habitualmente sepultados en fosas comunes clandestinas, pero muchos pudieron ser identificados como procedentes de diferentes centros de detención de las juntas militares de ambos países. Se desconoce con certeza el número de personas asesinadas de esta manera.
Cuatro décadas después, y tras un largo juicio público, se les hizo justicia a esas madres y a otros miles de desaparecidos y asesinados: 29 represores fueron condenados a cadena perpetua, entre ellos Alfredo Astiz, quien delató a Esther y a las monjas francesas, y a Ricardo Cavallo, aquel torturador que apareció hace unos años en México dirigiendo el efímero Registro Nacional de Vehículos, el Renave.
La semana pasada un tribunal federal de Buenos Aires condenó a cadena perpetua a Jorge Eduardo Tigre Acosta, excapitán de fragata y exjefe de Inteligencia y del Grupo de Tareas de la ESMA. La misma pena se impuso al excapitán de la Armada y agente de inteligencia Alfredo Astiz, conocido como el Ángel rubio o el Ángel de la muerte.
Alfredo Astiz, quien se hizo pasar como hermano de un secuestrado y se infiltró en la reunión de Esther y las monjas francesas para delatarlas y después torturarlas, permeanecerá el resto de su vida en prisión.
Éstos son los nombres más relevantes, los rostros más conocidos, pero fueron 54 los acusados en este juicio que analizaba 789 delitos de lesa humanidad, y que ha llegado a la sentencia tras cinco años de audiencias.
Hacer justicia fue muy difícil: durante este tiempo los fiscales del caso presentaron ante los jueces de derechos humanos testimonios de más de 800 testigos para responsabilizar penalmente a 68 militares argentinos por la muerte o desaparición forzada de 789 personas en la causa llamada ESMA III. Pero este juicio ha sido muy importante, porque por primera vez en la historia se juzga a los aviadores que piloteaban los llamados vuelos de la muerte.
Muchos de estos genocidas todavía se sentían impunes y amenazaron a los testigos que los señalaron. Y es que en el gobierno del Presidente Menen muchos recibieron indulto por estos crímenes atroces.
El juicio fue muy duro para las víctimas y familiares de esta tortura, porque además estos asesinos llegaron retadores y amenazantes con las víctimas que habían torturado hace cuatro décadas.
Mañana, una entrevista especial con la nieta de Esther Ballestino e hija de Ana María Careaga, Anita, cuya vida es un milagro, ya que su madre salió del campo de concentración pocos días antes de dar a luz. Decenas de mujeres, que tuvieron a sus hijos en cautiverio, fueron asesinadas y sus bebés dados en adopción a los propios militares.
Anita estuvo presente en el juicio.
Por cierto, Esther fue jefa del Papa Francisco en su primer empleo en los laboratorios Hickethier Bachmann, cuando él tenía 17 años. El actual Papa considera a la paraguaya una de las maestras de vida que más influyeron en su formación humanista.
Fin a la impunidad
Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y Azucena Villaflor son consideradas fundadoras de las Madres de la Plaza de Mayo, una asociación argentina formada durante la dictadura de Jorge Rafael Videla con el fin de recuperar con vida a los desaparecidos políticos.
En diciembre de 1977 un grupo de militares, bajo el mando de Alfredo Astiz, secuestró a un grupo de personas vinculadas a las Madres de la Plaza de Mayo, entre ellas Bellestrino y Ponce, quienes estaban con otras integrantes del grupo en una iglesia, junto con las monjas francesas Alice Dumont y Leonis Duquet. Dos días después Villaflor, primera líder de la agrupación, fue plagiada a dos calles de su casa.
Las tres fueron víctimas de los vuelos de la muerte y luego de permanecer enterradas como anónimas en un cementerio tras ser encontrados sus restos en las costas, fueron identificados por peritos expertos en 2005. No hay certeza sobre la cifra de desaparecidos durante el régimen militar: un informe oficial del gobierno indica que entre 1976 y 1983 desaparecieron 8 mil 961 personas. Las Madres calculan que fueron 30 mil.
El miércoles 29 de noviembre, tras un juicio que llevó cinco años, un tribunal dictó sentencia contra 52 militares (entre ellos Jorge Acosta y Alfredo Astiz) y dos civiles y que terminó con 29 condenados a prisión perpetua, 19 entre 8 y 25 años, y 6 absueltos. Los delitos que se les imputaron fueron privación ilegítima de la libertad, imposición de tormentos, torturas seguidas de muerte y apropiación de menores.